Antaño el silbato de PEMEX marcaba los ritmos y rituales del
pozarricense, ahora, en un bullicio que reverbera entre pavimentos, se pierde
hasta integrarse a los sonidos del mediodía, entre alarmas, llamadas de
celular, automóviles, transporte público y radios con voces sin interlocutor.
Pensaba ello al caminar presurosa con mi celular entre las manos. Caminé aprisa
con el celular y una unidad USB. Aprovecharía la pausa para entrevistarme con
un colega quien me facilitaría información para un reporte, pero casualmente,
se encontraba en el Palacio Municipal, no muy lejos de la USBI.
Seguí las indicaciones esperando que mi plan funcionara, el
de grabar los archivos rápidamente, regresar y degustar un café con el
aliciente de la plática con los compañeros del curso. Esperanzada, apresuré más
el paso. Despejada la acera frente a la primaria, a la vuelta, también despejado.
¡Perfecto! Llegué sin problemas, todo iba bien, hasta que se empezaron a grabar
los archivos a una velocidad tan lenta, que dio tiempo de platicar sobre los
eventos culturales de la Facultad de Arquitectura, del curso de Lectura y
Redacción, de mi compromiso de mostrarles mis textos en cuanto hubiera
oportunidad, también de la ropa de la década de 1970 (a propósito de mi
abrigador saco), de la época de Franco en España, de cómo un profesor tuvo
oportunidad de viajar en ese entonces y constatar el efecto peligroso de que un
hombre ebrio comenzara a recitar a García Lorca.
Entró un amigo a quien hacía años no veía. Después,
entró una amiga de mi mamá, y la barra azulada que indicaba el avance se movía
lentamente, comencé a desesperarme, en eso, entró una coordinadora de hoteles, cuya
jovialidad y simpatía, amén de la confianza breve y afortunada, se prestó a
pícaro juego de palabras ‘hotel-motel’, si bien en cuestiones de espacios,
modalidades y anécdotas llevan la delantera los honorables taxistas, colegas
arquitectos pueden dar cuenta de otras cosas, sobre todo en cuanto a las exigencias
de los empresarios que, hoy en día, rayan entre la curiosidad y la
extravagancia.
Fue increíble la temática tan pródiga en contraste a un
espacio, un rincón donde usurpé el lugar de mi atento anfitrión, pues uno de
los dos se sentaba a falta de sillas, pero sobre todo, de espacio. La
secretaría iba y venía. Papeles, carpetas, clips, los ingredientes de toda
cultura de oficina. Me desesperaba la franja azul que no parecía avanzar, dudé de haber asistido en lugar de haberme quedado en la sede, pero, ¿había otra opción?. Después de otras charlas relacionadas
con itinerarios, finalizó la carga de archivos, agradecí las atenciones.
La caminata de retorno la sentí breve… y sin embargo, tardé.
No degusté café, no platiqué con mis compañeros. Al ver mi memoria USB con
letras deslavadas, parecía decirme “lo siento”. Así fueron estas batallas con
el enemigo difuso del tiempo y la circunstancia.
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